"En la mente diferentes ideas, en las venas la misma sangre"

jueves, 6 de diciembre de 2007

Inexplicable (cuento corto de Pedro Yumare)

Bostezando aún por la larguísima noche que acababa de pasar, divisando empecé a distinguir las primeras luces del amanecer. Al contrario de los días de escuela, éste me hizo sentir todos los resortes de las que estaba formada mi cama y en un certero brinco ya me estaba poniendo la ropa que le había hecho escoger a mi mamá el día anterior, la más limpia, la más nueva, la que más me hacía sentir a gusto. Los zapatos deportivos de goma, la medias blancas, los interiores de animales selváticos y la franela a rayas azules que recién me habían dado en mi cumpleaños. Fui el primero en presentarme en la cocina y aún no estaban listas las arepas. Ni siquiera la pregunta de “si necesitaba ayuda” que le hice a mi mamá como para apurar las cosas, pudo hacerle olvidar que a pesar de que yo estaba muy bien arreglado, faltaba algo. La pregunta fue suave pero dolorosa: - ¿Y tu te Bañaste?- tuve que maldecir entredientes aquel odioso detalle, regresarme al cuarto, desvestirme y esperar a que mi hermana saliera del baño para yo entrar y bañarme, claro ella había aprovechado mi error y escuchando la conversación sabía de mi siguiente paso. Por fin salió y me pareció un siglo. Me bañé acordándome para donde iba y me restregué partes de mi cuerpo que ni siquiera sabía que existían. Fui al cuarto de mi mamá y me eché casi todo el frasco de colonia de mi papá; esa que a mamá le gusta tanto SUIS ARMI o algo así. Por fin pude ir a desayunar pero ya las arepas estaban frías, solo jugo y café, porque saben qué es maluco, arepas frías con diablito y queso rayado. Salí corriendo yo sólo a la parada del autobús. Eso si, no sin antes devolverme como 10 veces pues mamá quería que tuviera cuidado, que la bendición, que escondiera el dinero, etc. etc.

Esperando el autobús noté que había unas niñas que por su aspecto iban a misa, sentí que me veían mucho, pero había una con el pelo negro, ojos espectaculares, sonrisa difícil de describir pero muy especial y cautivadora y muy bien vestida, que me veía más vehementemente que el resto. Nunca me había, pasado…sería, la ropa, el olor, o lo emocionado que estaba, sin duda me sentí bien.


Por fin llegó el transporte. En el trayecto me saboreaba por el gusto del algodón de azúcar y del maní en concha….dulce y salado, como todo lo que me gusta, contrastes!. Llegué hasta segregar saliva cuando ya nos aproximábamos a la parada respectiva.


Me bajé, pero aún faltaba mucho trayecto. Tuve que atravesar un parque completo y caminando en la vía sentí que el corazón se me iba a saltar por la boca, hice un esfuerzo en calmarme pero mientras más me acercaba mi latir parecía uno sólo pero largo. No entendía por que me pasaba eso, el domingo anterior ya había ido, sabía de que se trataba, me sentía preparado para todo, estaba aseado, mi perfume hacia voltear a la gente, mi sonrisa era grande y contagiante, estaba listo para el encuentro….


Me extrañó no ver mucha gente, al contrario, las personas se devolvían con mala cara, los niños lloraban y halaban tan duro a los padres, que parecía que los brazos se les despegarían. Y allí estaba yo en frente de la venta de boletos, con la boca en el piso, sudando, temblando con los ojos abiertos y desorbitados, leyendo un gran letrero hecho como apurado que decía….”NOS FUIMOS PA LA MARCHA” La gerencia.


Por supuesto, el dulce sabor del algodón se me puso de nudo.

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